El día no empezó temprano hoy, había tremendos nubarrones grises y un clima excepcionalmente fresco que incitaba a pasar 20 minutos extras en la cama, bajé las escaleras hacia la casa de la Mamá, pero ella había salido dejándome una sopa en la estufa y el cuidado del perro, el gato y por supuesto del "Pollo".
Entré a la casa abriendo todas las puertas y ventanas para que entrara el poco sol que había, después le abrí la jaula al Pollito, para que saliera a orearse. Así que andábamos él y yo deambulando por el minúsculo mundo que nos pueden ofrecer ochenta metros cuadrados.
La Mamá siempre viene antes de las 11:00 am del mandado, pero ahora quién sabe dónde se metió. Así que me toca devolver al pollo por que no puede quedar ahí, a expensas del gato.
La jaula pende a la mitas de la reja de la casa, roja y a cuadros que sirve al pollo de escalera, tanto como de parque de diversiones: sube y baja, baja y sube. y ahora estaba pues, muy arriba, tan arriba que esta enana humana no puede alcanzarla, y si a eso le sumamos el pavor que le tengo a las aves... ¡impensable!. Entonces, ¡una idea! Le pondría al Pollo una varita para que pudiera bajar.
Pero el Pollo verde no estaba de acuerdo con los planes, así que seguía bailoteando arriba. Pero como el karma alcanza a todos, incluidos los pollitos verdes, ¡el Pollo se cayó! Por fortuna el gato dormía plácidamente en la ventana más alta, así que no se pudo escabechar al mentado cotorro. La cosa verde bailoteaba ahora en el piso, donde esta humana podía alcanzarlo, pero ahora, volvía a tener miedo. Así que me dije: ¡Qué se aguante el pollo! yo me voy.
Pero mi corazón, también de pollo (más bien de pingüino), no pudo abandonar al "Pichi" Así que el pollo resignado y yo resignada, estrechamos alas-manos y metimos al Pollito en su jaula.
Victoria Del Val.